¿Conoces ese verso donde Jesús dice, “El mayor entre ustedes será su servidor” (Mateo 23:11)? Sí, lo leí y de inmediato pensé, “Bueno, caramba, supongo que no voy a ganar ningún premio de grandeza hoy—acabo de gritarle a mi router Wi-Fi como si me hubiera robado el almuerzo.” Pero luego me detuve a reflexionar, probablemente mientras tomaba un café que era 90% azúcar y 10% paciencia del Espíritu Santo, y me cayó el veinte: tal vez este rollo de los negocios no se trata de ser la jefa mandona. Tal vez se trata de servir. Pero servir de verdad, no solo la versión con filtro de Instagram.
Tengo un negocio de marketing digital, que suena muy sofisticado hasta que te das cuenta de que en realidad soy yo buscando en Google “¿por qué este anuncio no convierte?” a las 2 de la mañana mientras mi perrita me trae su juguete para que se lo lance. Pero aquí viene lo interesante: cuanto más pienso en servir—a mis clientes, a mi equipo, incluso al desconocido que me manda un correo sobre SEO a medianoche—más veo las huellas de Dios por todos lados. La verdadera grandeza no está en las ganancias (aunque, hola, las cuentas no se pagan solas). Está en las cosas del corazón. Ese desorden humilde de “déjame ayudarte aunque acabo de derramar café en mi teclado.”
Mira hoy, por ejemplo. Tengo este cliente—una chama súper motivada, quiere crear un video promocional para presentárselo a posibles clientes para su negocio. ¿Buena idea, verdad? Excepto que vender esa visión es como tratar de arrear gatos mientras montas un monociclo y haces malabares con antorchas encendidas. Necesitas todos los clips, la info, el enfoque—y ni me hagas empezar con lo de conseguir apoyo de socios que te dejan en visto o de los aliados que exigen la luna y las estrellas.
Mi cerebro ya estaba a medio camino de “¡Ooh, vamos a hacer el storyboard de este proyecto!” porque eso es lo mío, pero me detuve. Servir no es solo armar un video lo más rápido posible—es escuchar. Entonces la llamé, la dejé desahogarse sobre colaboradores que fallan y el inversionista ese que sigue pidiendo “más factor de impacto,” y luego nos pusimos manos a la obra. Le planteé un plan: esto es lo que tenemos grabado, esto nos falta, y así lo vamos a hacer brillar. Ella respiró aliviada, yo solté un chiste sobre necesitar una intravenosa de café, y creo que Dios se rió de toda la situación. Además, anoté mentalmente celebrar con una arepa (preferiblemente cabimera) si sale bien. Ganar-ganar.
Esa es la tarea que estoy trabajando: ¿cómo puedo servir mejor hoy? No de una manera súper santa—no estoy partiendo el Mar Rojo por aquí—sino en las cosas pequeñas. Tal vez sea mandarle un mensaje a mi programador, “Oye, te luciste con ese último proyecto—tómate un respiro,” en lugar de apilarle más trabajo. O tal vez sea decirle a un cliente, “Te cubro las espaldas,” y decirlo en serio, aunque mi bandeja de entrada esté full y mi hijo esté llamándome a gritos por una media perdida. (¿Por qué siempre son las medias?)
Aquí va mi idea creativa: manejar un negocio es como voltear arepas en un budare caliente. Tienes que calcular el tiempo, voltear con cuidado, sonarlas (para saber si están listas) y servirlas calientitas—o terminas con un desastre quemado y triste. ¿Servir a través de los negocios? Es la misma onda. Fe en acción, humildad lista, y un toque de caos para darle sabor. No soy perfecta en esto, pero lo intento. Y creo que a Dios le parece bien el esfuerzo, aunque me tropiece con un Lego en el camino.
Entonces, ¿cuál es tu servicio hoy? ¿Cómo te presentas por alguien—un cliente, un compañero, una persona cualquiera—de una manera que diga, “Te veo, aquí estoy”? Sirviendo Negocios con Fe.
Cuéntame—me gustan las historias y necesito inspiración mientras busco las llaves de mi carro.
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